miércoles, 5 de junio de 2013

LUNES.



Todos mis días encierran cierta monotonía en mis quehaceres parlamentarios. Sin embargo, la excepción a la regla la hacía el día lunes, ya que era el día en que la agenda estaba más recargada. En realidad es todo un problema tener un cargo público, comenzando por tener que levantarme programadamente al primer rayo de sol. Pero era inevitable, mis distintas condecoraciones y diplomas en diferentes escuelas nacionales e internacionales hacían que sea competente para el cargo.

Algo que tengo que confesar es que casi nunca me siento solo, ya que siempre estoy rodeado de dos guardaespaldas sin cuello, escasos de expresión en su rostro, que más parecen gorilas de circo con corbata. Mi único consuelo era que mi compañero Jaime siempre me acompaña a la oficina. Además siempre es genial salir de casa y ver estacionado en el portón al Mercedes Benz SE300 que  a menudo cumplía la misma ruta todos los días hacia el edificio –en el centro de Lima- donde desempeño mi difícil y complejo labor.

Lo maravilloso era tener al congreso cerca de la oficina. Oficina que se encontraba en esos edificios que desde lejos sacas que pertenecen a una entidad estatal. Por sus mil detalles que salen a simple vista. Como lo eran sus estructuras antiguas y monocromas de más de diez pisos envueltas de una capa fina de acumulado smog. Con puertas gigantes de vidrio reforzado. Además, mayólica y madera convivían armoniosamente en su interior. Era inevitable no darse cuenta a simple vista que el tiempo había sido muy cruel con él.  Asimismo un par de guardias, con aspecto de ser rigurosos a las normas de seguridad resguardaban la integridad del edificio junto a un detector de metales de color plateado. Creo que era por esa severidad que al comienzo sentía que generaba incomodidad en el edificio pero luego de un tiempo eso cambio, y hasta el día de hoy, que me tratan ya como una alteza.

Mi oficina se encuentra en el octavo piso del coloso. Era un rectángulo de 40 m2., dividido en dos ambientes, que me proporciona mucha comodidad aunque no se puede negar que el ambiente huele a madera podrida.

Como correspondía a todo buen Lunes, era necesario - casi indispensable- salir a buscar a la perra de la oficina del piso siete. En estas ocasiones si era un gusto bajar las escaleras y perderme en mi conmoción de estar junto a la perra en su despacho.

Entre a su oficina velozmente. Y felizmente estaba allí sola para mi suerte. Me apoyé en el marco de la puerta para contemplar su silueta voluptuosa y su circunferencia de carretera recién asfaltada. Para luego tomar la decisión de sacudir mi humanidad y con la seguridad que me represente, entre a la oficina.

- Hola bebé, me dijo sorpresivamente.

- Hola, respondí

- ¿Qué esperas ahí parado?, ¿acaso no vas mover eso que mueves tan bien?, sentenció.

Nuestras conversaciones solían ser bien cortas, pero la de hoy batió todo los records en nuestro haber. Ya sin darme cuenta, en pleno acto sexual me dijo lo que siempre me decía cuando le daba por atrás.

- Y querido, esta vez si te vas a quedar acompañándome todo el día.

- Esteeeee, susurre.

De hecho me gustaba la idea de quedarme haciéndolo en pleno piso junto a la perra. Pero no tenía la intención de ser ampayado y salir en la primera plana de algún periódico de cincuenta céntimos.


Ya estando en mi despacho y dejando atrás el recuerdo mental de la silueta que tanto me enloquecía visitar los lunes, comencé a pensar que la vida del congresista era para los más capaces y para los que en verdad se la querían jugar por el país, porque no conozco gente que tenga tantas reuniones con empresarios por día y que generen tantas utilidades para las arcas del Estado. Y pregúntenme a mí, que eso es lo que veo día a día.


Pasan las horas y ya se nos hace tarde para la última sesión. Jaime y yo salimos volando de la oficina. Era necesario de todas maneras ir a marcar tarjeta. Los pasadizos de los pisos de este tipo de edificio son siempre tan lúgubres y largos que siempre me hacen acordar al “hotel Stanley” de la película “El Resplandor”. Esta vez si no pretendía bajar por las escaleras. Ocho pisos si hacen cansar a cualquiera, pero felizmente si habían considerado instalar ascensores en este edificio. Al instante, las puertas del ascensor se abrieron y un sujeto nos dice: - Buenas tardes. Velozmente desplazo mi pescuezo para saber quién era. Dándome con la sorpresa que era otro de los nuevos practicantes de alguno de los colegas.

- Señor a qué piso van?

Jaime respondió por mí.

- Al primer piso por favor.

Ya en el ascensor el mismo sujeto volvió a platicar con nosotros.

- Señor, ¿se enteró?

- ¿Qué cosa?, respondió Jaime.

- Chaparon al “come cuy”. Hoy salió a primera hora en el noticiero. Parece que la fiscalía está comenzando a chambear por fin.

- Cuando no se hacen las cosas bien, suele pasar eso. Refirió nuevamente Jaime.

- Ahora ya no se puede hacer nada extra. Hay que tener cuidado señor.

Mientras veía a Jaime responder. No podía ignorar el hecho que era todo un personaje, bien capo en lo que hace y muy seguro de sí mismo. Trabajo con él desde hace mucho tiempo. Creo que siempre hacemos un gran equipo. Solo vasto unos segundos más para que el ascensor se vuelva en un espacio de carcajadas. De un momento a otro Jaime se puso serio nuevamente, frunció el ceño e hizo una mueca burlona con su boca y dijo: ¡Pero, ojo, el trabajo es difícil y sacrificado. ! Siempre hay uno que debe caer. Y nuevamente comenzó una segunda ola de carcajadas de dos pisos de duración. Mientras yo pensaba que ya era hora que cambien estos viejos ascensores.


Estando en el congreso me sentía tan bien. El piso estaba alfombrado de tal manera que parecía césped recién podado. Además, era tan ameno estar envuelto en un ambiente tan familiar de ladridos y mordidas. Felizmente solo era cuestión de tiempo para regresar a casa. Solo era un asunto de votar y suspender a un colega que no había hecho bien el faenón.

En el preciso instante en que estábamos saliendo del pleno nos embiste un periodista. Y casi gritando nos ladra:

“Congresista, es verdad que no pasa del día de hoy para que el Poder Judicial lance una orden de arresto contra su persona”

Algo que se aprende en la cancha –y que lo sabía muy bien Jaime- es que se debe de ignorar las difamaciones y decir educadamente y sin exaltaciones declarar:

“No me vengan con tonterías. Todos saben que me quieren interpelar para que la oposición tenga la mayoría en el pleno.”

En ese momento abandonamos el congreso y nos enrumbamos a casa con Jaime y los gorilas de etiqueta. Me preocupaba el tema de la interpelación. Pero todos sabemos que a los bravos siempre le salen las cosas airosamente.

Al llegar a casa la conmoción que se armó fue única. Todos estaban como locos haciendo llamadas a números telefónicos de una agenda color negra. Otro estaba viendo por internet las últimas noticias en el portal de El Comercio. Mientras Jaime estaba alistando su maleta. Y en ese instante vi a otra conocida, era el practicante del viejo ascensor, con una orden de arresto en la mano y un juego de esposas brillantes en la otra.


Sin darme cuenta bastaron 5 minutos para encontrarme solo en la habitación con ganas de que llegue Jaime y ordene que destapen una lata de comida premium para mí, el perro guía.


... Fin ...