Agradezco la inspiración que me dieron los cuentos de Julio Cortázar como lo son: La casa tomada (Bestiario), del cual me inspire el nombre de este cuento; y Final del juego (Final del Juego), por devolverme la emoción de contar una historia.
A julio Ramón Ribeyro, por su cuento: Los gallinazos sin plumas, por esa capacidad de reencontrarme con mi niño interior.
También agradezco a la casa de Breña donde viví gran parte de mi afortunada niñez, de donde saque gran cantidad de pasajes aquí mencionados. Y finalmente agradezco a mi familia por siempre ser una fortaleza y pilar en mi vida.
* * * INICIO * * *
Era un día de verano bochornoso y estaba encerrado en un bus interprovincial rumbo a Lima. Era tan aburrido el viaje que decidí echarme en las piernas regordetas de mi tía Juana con un ojo abierto y el otro cerrado, para saber si ya habíamos llegado a nuestro destino. Mi única diversión era preguntarle a mi tía cada cinco minutos:
-¿Ya estamos cerca?, ¿Cuánto falta?, ¿Por qué se demoran tanto? ¿No tienes hambre?
Después de un pan con pollo con papitas al hilo, una gaseosa “chiki” sabor naranja y una bolsa de chifles llegamos a eso que mi tía llamaba Lima, la ciudad de las oportunidades. No recuerdo a ver visto antes tanta gente reunida en un mismo lugar, pareciese que había una gran feria, como las que se hacían en mi pueblo los días Domingos. Pero esta era mucho más grande, porque abarcaba todas las cuadras hasta donde mi vista alcanzaba. En ese momento mi tía hablo:
-Deja de poner esa cara sonso y cierra la boca, que ahorita se te va a meter una mosca.
En ese instante, mi tía me cogió la mano derecha con fuerza, se inclino a mí y me dijo susurrando al oído:
-Papito vamos a ir a la casa de tus tías que viven en Breña. Allí nos vamos a quedar. ¿Ya?
Inmediatamente brotaron en mí muchas preguntas como:
-¿Quiénes son esas tías que viven en Breña? ¿Nos vamos a quedar aquí? ¿Y qué paso con nuestra casa en Ayacucho?
* * *
Luego de haber tomado un bus de color mostaza y haber caminado seis cuadras, llegamos a la puerta de la casa de mis tías. El nombre de la calle no se podía ver pero si el numeral de la puerta, decía algo de:
“Jr. R….y 218”
Sin embargo, en este instante no me interesaba mucho eso, lo que en verdad me interesaba era llenar mi estómago. Tengo tanta hambre, que juro me habría comido tres cuyes yo solo. Pero creo que otra vez di paso a las moscas a mi boca, porque nunca había visto una casa tan grande. Tenía 4 pisos. Un gran portón de entrada. Dos garajes en los extremos. Y muchas ventanas de diferentes dimensiones.
Fue en ese momento, que el gran portón metálico negro se abrió. Y nos recibió una señora alta de contextura delgada. Todo lo contrarío a mi tía Juana. Ella era mi tía Flor. Tenía 34 años. Era soltera. Y no tenía hijos. Me cayó muy bien desde el principio. Eran de esas personas que tienen algo especial pero que no lo llegas a descubrir así te quedes toda el día viéndolas.
Al ingresar a la casa, nos cruzamos con un gran zaguán, con 3 puertas en cada lado y una banca larga de madera para los invitados. Seguimos de frente y nos topamos con una larga escalera de madera, como las que veía en los cuentos ilustrados que mi tía me traía de vez en cuando. Tenía unas ganas inmensas de subir por ellas, para poder así investigar y descubrir todos los secretos que escondía la casa. Pero mi tía Flor no me lo permitió. Me dijo que primero debía de conocer a mis otras tías que estaban en la cocina. Entonces seguimos por un largo pasillo hasta llegar a una cocina grande –diría gigante- que prácticamente era la sala y comedor de mi casa en Ayacucho. En ella estaban mis otras dos tías. Mi tía María y mi tía Sara.
Antes de poder entrar a la cocina y decirles a todas: Buenas tardes. Mi tía María me dijo:
-Por dios, acaso este niño nunca come. Pero miren como esta, todo flacuchento.
En ese instante, mi tía Sara, acompaño el comentario de mi tía María:
-¡Ah no no no! Yo no voy a tener ningún sobrino desnutrido.
Al acto, mi tía Sara, puso ante mí un plato hondo –mas parecía una sopera- de caldo de pollo hirviendo.
-Toma hijito, con eso te vas nutrir. Esta muy rico.
No estaba acostumbrado a tomar tanto caldo. Creo que nunca me habían servido de tal forma. Yo no me sentía desnutrido o flacuchento. Pero es mejor hacerles caso a mis tías. Aparte que era la primera vez que las veía. Se la pasaron hablando toda la tarde hasta la noche. Y por fin me paso lo que quería que pase. Me hicieron subir por las escaleras. Era curioso porque las escaleras sonaban con cada pisada. A mí me gustaba eso, porque pareciese que ellas me hablasen sobre la casa. Mis tías nos indicaron cual iba a ser nuestro cuarto. Desempaque mis cosas. Me puse mi pijama. Y me eche en la cama.
Me gustaba mucho la casa. Ahora conozco a tres tías. Vivo en una casa grande con techos altos y pisos decorados por cerámicas de todas las formas y tamaños. Parecía que esto no iba a estar tan mal como pensaba.
* * *
Era Domingo. Ya era mi segundo día en esa casa construida de madera y cal. Creo que para ser mi primera noche, dormí tranquilo. Aunque tengo que confesar que la casa me daba un poco de miedo, por el simple hecho de ser tan grande y vieja. Mas en la noche, cuando no había ruido, ya que se podía escuchar la madera del piso y la escalera crujir a cada rato. Creo que eran los fantasmas de los antiguos dueños de la casa, que salían a caminar por los pasillos para cuidarla.
Era una mañana calurosa. Y mi tía Juana me mando a comprar una gaseosa de dos litros a la tienda del frente. Felizmente estaba cerca y casi siempre parecía parar vacía. Me acerque al señor de la tienda, era un tipo gordo de media estatura y con poco cabello. Le pedí por favor una gaseosa de dos litros retornable. En eso el señor me pregunto:
-¿Helada o sin helar?
En ese momento dude un instante, porque mi tía no me había dicho como la quería. Mientras pensaba que responde el señor me lanzo otra pregunta:
-¿Amiguito, eres nuevo en el barrio no?
No se me ocurrió otra respuesta, que decirle lo que me dijo mi tía Juana al llegar a Lima: "Son los 90's y estamos viviendo el proceso de migración del campo a la ciudad, el cual es necesario para propiciar la equidad entre todos los peruanos." Lo único malo es que no sabía que significaba migración ni equidad. Pero no me quedo otra que funcionar como un disco rayado y repetir todito lo que mi tía me dijo:
-¡Señor! Mi nombre es Michael, y soy de Ayacucho. Ahora estoy viviendo con mis tías en la casa de afrente. Le cuento que son los 90's y estamos viviendo el proceso de migración del campo a la ciudad, el cual es necesario para propiciar la equidad entre todos los peruanos. Y por favor deme la gaseosa helada si no es una molestia.
El rostro del señor cambio de uno de interrogador a uno anonadado. Y con una voz pausada declaro:
-Está bien jovencito, ya me quedo claro, ahorita mismo te despacho tu gaseosa al polo.
En el momento en que estaba saliendo de la tienda escuche al señor decirme desde lejos:
-Gracias por la clase de realidad nacional niño.
* * *
En la casa, de lunes a Viernes eran otra cosa en comparación a los fines de semana. Por el solo hecho que había más gente y eso era emocionante para mí. Esto era debido a que mis tías María y Flor tenían un taller de confecciones de ropa de trabajo, el cual les había dejado mi abuelo junto a la casa. Eran mujeres muy trabajadoras. Se levantaban a las 6 am. para hacer el desayuno y abrían a tiempo la puerta al personal. Funcionaban como una gran orquesta. Mi tía María se encargaba del tendido, los moldes y el corte en el segundo piso. Mientras mi tía Flor, en el primer piso, se encargaba de coordinar el trabajo para los operarios de las máquinas de coser y remallado. Y ambas se encargaban de hacer el despacho a los clientes que llegaban en fila todos los viernes al mediodía.
Era tan divertido pasearme entre el primero y el segundo piso para poder observar que hacían los trabajadores. En verdad eran personas muy interesantes, cada uno tenía una familia que sacar adelante, una historia que contar, cientos de sueños por realizar, miles de problemas que solucionar y una máquina que operar.
Aunque a mí nunca me agradaba llamarles trabajadores. Me tarde una semana en recordar el nombre de todos, y otra semana para saber un poco mas de ellos.
Era todo un placer ver como operaban las máquinas, y como lograban hacer que el remallado salga tan recto. En verdad era gente con mucha habilidad y destreza en las manos. Me encantaba aprovechar el tiempo cuando se iban al baño o a comprar algo a la tienda. Ya que allí aprovechaba para montarme a la nave, que era la máquina, para poder hacerla sonar presionando el pedal:
"RrRrRrRrRrRrRr"
A las tres semanas yo ya era un profesional en costura y operatividad de máquinas industriales. Me conocía todas las máquinas desde la más antigua hasta la más nueva, desde la más sencilla a las más compleja de operar. Por eso más de uno quería que yo fuese su asistente. Yo les decía bromeando:
-Pero cobro por horas conste.
Y todos se reían en coro.
Un día mi tía María llego de sorpresa por la tarde al taller. A ella no le gustaba que estuviese mucho tiempo con el personal de la empresa. Decía que estaba bien que se los tratará con respeto y humildad pero que eso no significaba que debíamos hacer su trabajo. Siempre me recalcaba que yo iba hacer el que sacaría la empresa adelante. Y para mi mala suerte, ese día, yo estaba debajo de la mesa de corte. En eso escuche sus pisadas prolongadas aproximándose a la mesa:
- Michael, sal de ahí debajo.
Por un instante, me quede mudo, luego de unos segundos salí por el otro lado de la mesa. Y le dije a mi tía:
- ¿Cómo te va tía?
- ¿Qué hacías ahí debajo?
- Estaba contando los royos que van a tender el día de mañana. Quería separarlos por color y calidad.
- ¡Panfletos!. Ya te dije que tienes que ir leyendo porque ya vas a empezar el colegio.
- Pero tía, falta mucho.
- ¿Con qué mucho? Te informo que en tres semanas inician las clases.
- Ves tía, falta mucho. Aparte a mi no me gusta ir al colegio. No te enseñan nada útil que valga la pena en la vida.
En eso mi tía lanzo una carcajada.
JA JA JA
- Ahora tu sabes mucho de la vida. Le diré al padre Manuel que te exija el doble. Para que así no digas que no te enseñan.
En ese momento comprendí que es importantísimo sincronizar la boca con el cerebro. No sé si a fin de cuentas tenga la culpa yo, que siempre refuto todo.
Sentí una mano en mi hombro y era mi tía que me estaba llevando a la habitación del al lado. En eso con una voz - como nunca- melodiosa me dijo lo siguiente:
- Michael tienes mucha energía y buenas intensiones. Eso te llevará muy lejos, no lo dudo. Pero debes entender que debes estudiar, no para aprobar el colegio sino para la vida. Papito, te juro que en este mundo sin conocimiento te van a engañar y manipular de mil y un maneras. Pero si tienes ese conocimiento vas a poder hacer cosas grandes por la humanidad. Y estoy seguro que serás un magnífica persona en todo lo que hagas.
Cuando termino de decirme esas palabras. Se acerco a mí y me dio un beso en la mejilla. Otra vez me habían dejado con cara de bobo, pero esta vez me sentía feliz.
* * *
Ya había pasado un par de semanas desde que mi tía había hablado conmigo. Para esto, yo ya me había apropiado de la casa. Ya tenía cuatro bases secretas, un columpio hecho de retazos de tela , muchos accesorios hechos con los saldos de los pedidos y muchos amigos
La casa parecía tratarme bien. Me dejaba transitar por ella desde el zaguán del primer piso hasta el techo, del cuarto piso, donde tendíamos la ropa. Era genial deslizarme por todos los rincones de la casa. Cada día era una nueva aventura. No sé si veía muchas películas por la televisión. Juraría que la casa tenía pasajes secretos por descubrir. En las mañanas aparte de ayudar en el negocio también me gustaba jugar escalando paredes. Me creía todo un Indiana Jones. Tenía mi látigo, mi sombrero y mis zapatillas que parecían botas.
Mi hora favorita era la hora de almuerzo, nadie era mejor que mi tía Sara, siempre me decía que si las cosas las hacía con amor y pasión estás siempre salían exquisitas. Le gustaba mucho prender la radio y sintonizar su estación favorita del recuerdo. En esa hora en la que permanecía en la cocina, ella era la sensación de la casa. Una estrella como ninguna. Y yo corroboraba chupándome los dedos.
Cuando ya eran las seis de la tarde. Me gustaba tirarme en el sillón que había frente al televisor. Eran de esos sillones antiguos de madera con gamuza que pesaban cien kilos y que costaba moverlos. El esfuerzo valía toda la pena porque la sensación de recompensa era única. Poder acurrucarse en el era tan exquisito que podía quedarme dormido en el, y yo no ni cuenta me daba. El televisor también era antiguo. Lo peor era que tenías que pararte para cambiar los canales porque no tenía control remoto. Ya que eran de esos modelos que tenías que pelearte con el sintonizador de canales, porque a veces se atascaba, entre canal y canal. tenías No sé por qué las cosas antiguas pesan tanto y te demandan mucho esfuerzo, pero eso sí, nunca te fallan.
* * *
La casa nunca dejo de sorprenderme. Un día que estaba bajando la ropa seca a la lavandería. Me percate que algo se movía debajo del armario, en donde colgaban las camisas planchadas. Me dio un poco de miedo aproximarme al armario y agacharme para ver qué era lo que se encontraba allí. Imagine que era una rata que se había metido a la casa. No era un cobarde sino que siempre había tenido un trauma con los roedores. Es por eso que me agache a una distancia prudente.
- Eso no es una rata, dije en voz alta.
Todo lo contrario era un gato negro. Que estaba acurrucado debajo del armario. Cogí una escoba y comencé a empujarlo. Lo primero que escuche:
"Gggghhhhhhhhhh...."
Creo que no le gustaba para nada que le hiciese eso. Pero no me iba a dejar vencer por un gato. Cuando por fin salió a la luz pude confirmar que no era un gato sino una gata. Y estaba preñada.
Entonces le pregunte:
- ¿Quieres quedarte? ¿Quieres comer algo?
Cogí una manta roja y la puse debajo del armario. Al ratito le traje un plato de comida. No basto ni un segundo para que la gata se avalanchará contra la comida Luego solo se digno por maullar e irse al armario a calentarse con la manta roja que le había puesto.
Felizmente mis tías me dieron permiso de quedarme con la gata, pero iba a estar bajo mi cuidado. Mi tía Juana decía que esto me haría más responsable y mas hombrecito.
* * *
Al día siguiente, me di con la sorpresa que toda la escalera estaba llena de plumas, que estaban cayendo del segundo piso. Al subir un poco mas por las escaleras llegue a ver como la gata estaba comiéndose una paloma y la estaba desplumando. Me dio una rabia inmensa, no entendía por qué se estaba comiendo a esa palomita si yo ya le había dado de comer. Me parecía injusto que haga eso. Fui corriendo a dirección del crimen y aparte a la gata de la paloma. La gata de un brincó se aparto y me volvió hacer su gruñido.
Me dio una pena inmensa no poder hacer nada por la paloma. Luego recordé un documental en la televisión, en el que mencionaban que en la naturaleza había algo que se llamaba el ciclo de la vida. Que siempre va haber un depredador y una presa. Uno fuerte y otro débil. Además, entendí que la gata estaba preñaba y tal vez necesitaba más comida. O tal vez que estaba en su instinto matar palomas. Tengo que declarar y ser sincero que el documental de la televisión no se veía tan triste.
Lo bueno vino a la semana siguiente cuando nacieron los gatitos. Eran seis crías. Habían de todos los colores. A mí me gustaba más el de color plomo con rayas blancas. Me agradaba tanto que la casa congregará tanta vida. Fue toda una aventura poder cuidar a los gatitos, en un principio la mamá gata no me dejaba cogerlos pero basto una semana para que ya pudiera cargarlos y jugar con ellos.
* * *
Ya estaba por terminar Febrero. Pero yo estaba feliz de la vida con mis gatitos. En eso se abrió la puerta de la lavandería e ingreso mi tía María. Se acerco a mí a paso acelerado, como siempre suele hacerlo, y me comento que el Lunes empezaría clases. Que me vaya alistando y preparando para mi primer día.
Yo aun no podía asimilar la noticia. No podía crear que el tiempo había pasado tan rápido. Y no entendía porque tenía que alistarme y prepararme para el primer día. A caso me iría a una fiesta o festividad. En verdad no entendía como era el colegio en Lima.
No basto ni cinco minutos para que mi tía María me haga las medidas de mi uniforme y se los pasará a mi tía Flor para que lo confeccionara. Por otro lado, mi tía Sara ya me estaba preguntando: -¿Qué deseaba de lonchera para la próxima semana?-. Mientras que mi tía Juana me enseñaba los útiles que utilizaría para el colegio. Solo en la primera bolsa habían cuadernos, lapiceros, libros, folders, temperas.
Sentía que todo era innecesario, que solo bastaba un cuaderno y un lápiz para ir al colegio. Pero yo solo las deje ser ellas mismas. Ya que las veía feliz haciéndolo. Creo que cada una de mis tías tenía algo en especial, que las hacía únicas; algo que hacían que me sienta en un hogar. Y cuando estaban juntas se les veía como un gran equipo. Como toda una familia. Como la familia que ellas querían ser para mí en esta casa que se dejo ser tomada.
* * * FIN * * *